SERIE NAVIGUM VENERIS


El juego de la seducción
de la serie Navigum Veneris, 2008.
7 Piezografías sobre papel de algodón.
54.5 x 39 cms.

“[…] tanto un hombre puede ser objeto del deseo de una mujer como la mujer objeto del deseo de un hombre […]”
Georges Bataille.
                                                    

Estos autorretratos en primera instancia se presentan intencionalmente a manera de fotosecuencias,[1] con la finalidad de crear una narrativa que me permite expresar “los pensamientos y obsesiones de [la propia autora]. De este modo la composición de lo que se quiere contar se escenifica sin pudor [...] La puesta en escena se ciñe a lo que el autor quiere contar de su propio mundo exterior, o cómo quiere que los demás perciban los conceptos abstractos e inmateriales que tiene en su cabeza”[2] tales como sus propios deseos eróticos.
El uso de este recurso inicialmente nos sugiere la idea de movimiento virtual en la imagen, ya que las acciones se presentan cuadro por cuadro, logrando con ello superar la instantaneidad característica de las fotografías aisladas. Esta forma de mostrar las acciones que se desarrollan en un tiempo específico a manera de secuencias que nos hablan de un proceso, fue lo que hacia 1966 hiciera mundialmente reconocido al fotógrafo Duane Michals.

Las fotosecuencias que conforman esta serie son un acto de reafirmación y deconstrucción de estereotipos, al ser producto de un proceso de autoexaminación interna y de adentrarme en la fase del espejo, para llegar a una instancia en la que me traté como espectador para contemplarme y descubrirme tal y como era observada por Otro en la intimidad, “se convierten [las mujeres artistas] así mismas en objeto y particularmente en un objeto visual”[3], esto no sólo como un proceso de narcisismo, que mucho hay de eso aquí, sino para identificar mis propios apetitos y goces eróticos.
En las secuencias es recurrente encontrar que la mujer -yo-, quien se ha desnudado o semidesnudado para el espectador se muestra de manera frontal[4] para él y lo mira francamente, sin traza de ironía, entablando un diálogo con él y a la vez, reflejando su propia voluntad e intensiones, que se reiteran no sólo con su cuerpo sino también con la expresión en su rostro y su mirada insistente y fija. Sin lugar a dudas el cuerpo es el mejor de los instrumentos para afirmarnos físicamente y nos ayuda a exponer, como artistas, nuestros miedos, fantasías y deseos.


Como lo explica Juan Carlos Pérez Gauli “los autorretratos de autoría femenina suelen ser más radicales en su concepción que los de los hombres [...] aparece desnuda [...] mostrándose con toda naturalidad, libre de prejuicios”[5] y ello tiene una razón, ya que la imagen sin lugar a dudas está pensada y “destinada a consumirse por el espectador para adularse a ella misma [...] asumiendo con ello un papel activo convirtiéndose en objeto y sujeto de deseo”[6]. Esto genera una gama de nuevas relaciones entre la mujer y el observador, tal como lo han hecho a su manera Natacha Merrit y Elke Krystufek, donde ese silencio, pasividad y sometimiento visual - y sexual- atribuido a la mujer, cede paso a la autoprocuración de placer, al hacer visible sus propias obsesiones eróticas y satisfaciendo sus necesidades creativas y de comunicación.
Para la construcción de las imágenes se recurre al tenebrismo -marcado claroscuro- que permite que el personaje central se perciba como más cercano; recurso empleado para lograr un incremento en la intensidad del efecto emocional, asociado al erotismo; además de crear un fuerte énfasis en la fisonomía del cuerpo, de sus curvas y volúmenes, las medias y ligas que acentúan los genitales de la mujer.





 Por otro lado, me sirvo del disfraz, el maquillaje y la actitud, a la manera de lo que hace Cindy Sherman, para reinventar actitudes sexuales, donde disfruto ser un sujeto activo y participativo en la relación de dos seres que se identifican uno con el otro en la intimidad, como lo expresa Simone de Beauvoir “[...] el apetito sexual femenino es como la contracción de un molusco, está al acecho como una planta carnívora [...] es un remolino total, una medusa, una ventosa que respira, es señuelo y cebo [...][7] En cada secuencia se invita al placer contemplativo y se muestra el cuerpo de la mujer y sus miembros, siguiendo la enseñanza que Ingrés daba a sus alumnos “Tenéis que destacar las características más sobresalientes del modelo”,[8] por ello en cada encuadré me permití destacar ciertos atributos que son identificados como poderosas armas de seducción lasciva y fuente de placer, los senos.






 En la toma fotográfica de esta serie me sirvo de varios componentes como medio de expresión: la tautología de mi propio cuerpo y los fetiches reflejados en el disfraz, que en conjunto me sirven para reafirmar mi existencia y mi libido. El disfraz, la lencería, no es un medio para ocultar la propia desnudez, sino un “fetiche”[9] empleado como recurso para consumar ese deseo personal, recurso guiado originalmente por la autocomplacencia y el narcisismo, visto como una herramienta que me permite lograr un matiz de manipulación sobre el objeto de mis deseos, para que en él se mueva a mi voluntad lo que deseo, me convierte en un ser con una multiplicidad de posibilidades, en este caso especial, un ser erótico capaz de alimentarse del deseo del Otro.


Un último elemento a mencionar, es el escenario donde se desarrollaron las fotosecuencias, un lugar privado -sala de mi casa-, que no posee ningún artificio, sino al contrario muestra un espacio reconocible y una escena, que como voyeuristas, despierta nuestro interés sexual, ya que nos convertimos en parte de ella, elaboramos nuestras propias versiones, recordamos nuestros preámbulos sexuales y nos reidentificamos como seres eróticos, gracias entre otras cosas, a los accesorios, la vestimenta, pero sobre todo al escenario que vemos en las imágenes que consumimos.


[1] Duane Michals. Photo poche. Francia, Centre National de la Photographie, 1983. s.p.
[2] José Gómez Isla. Fotografía de creación. España, Nerea, 2004. p. 73
[3] John Berger et al. Modos de ver. España, Gustavo Gili, 2001. p.55.
[4] La frontalidad empleada, muy recurrente en la imaginería sexual europea. Íbi­dem. p.68.
[5]
Juan Carlos Pérez Gauli. El cuerpo en venta: relación entre arte y publicidad. España, Cuadernos de Arte Cátedra, s.f.. p. 120.
[6] John Berger et al. Op. Cit. p.68.
[7] Gilles Néret. El erotismo en el arte del siglo XX. Alemania, Benedikt Taschen, 1994. p. 176.
[8] Íbidem. p.119
[9] Objeto al que se le ha atribuido alguna facultad de origen superior y diverso, que una vez fijados en él quedan en poder de quien lo posee. Alfonso Serrano Simarro y Álvaro Pascual Chenel. Diccionario de símbolos. España, Libsa, 2007. p. 120.